Bichos de playa

El calor europeo se hizo esperar, pero ya llegó con todo y parece que decidió quedarse.

Una vez dije que una de las cosas buenas de vivir en una ciudad balnearia, es que cuando querés, podés ir a la playa. Y visto que terminaron las clases y hay que entretener a la criatura, nos munimos de baldecito, toalla y bolso y nos fuimos al mar.

Yo no soy una amante de la playa... odio el calor, odio la arena, odio tomar sol, odio el olor de los bronceadores y cremas (pre-durante y post sol). No hay olas, no hay viento, no hay zucumdum-zucumdum... que me venga bien.

Pero....

Amo el mar cristalino maravilloso... y esta es la prueba...

(Esas empanadas de ahi abajo, son mis pies en la prueba "temperatura del agua")

Amo que no haya gente (Si, ya sé, el verano recién empieza!)

Pocos por aquí...

Nadie por allá...

Pero lo mejor de todo y la razón del por qué me está gustando ir a la playa... es por este bicho, que se divierte como loco y se porta tan bien!

"Langosta" de mar

Lejos quedaron los días de las corridas, porque no se quedaba quieto y se escapaba a la escollera.
Ahora te espera para meterse al agua y se divierte haciendo castillos de arena.

Mati está grande, hermoso y feliz. (Y qué te voy a decir yo, que soy la mamá?)

Pero para que no me envidien tanto, les cuento que la mañana playera se interrumpió abruptamente. A mi mamá la picó (¿mordió?) un pescado en la planta del pie. Estaba escondido en la arena y no lo vió y lo pisó... y el muy guacho le dejó el pie violeta. Fuimos al hospital... le dieron enseguida unas inyecciones, antibióticos y pomada por 7 días. 

Así que ya sabés, no todo lo que reluce es oro ni todo lo cristalino es tan transparente... ojo donde metés la pata!