Hagan sus apuestas

La mayor parte de mis veranos argentinos, los pasé en Miramar. La ciudad de los niños... y los no tanto. Con mar, bicicletas, caballos, el vivero (bosque), las leyendas del hombre lobo y las búsquedas de alienígenas. Los panqueques de dulce de leche de Mickey, las facturas de Eli Acropolis, los amaneceres espectaculares mirando el mar. Por la noche, las caminatas por la peatonal –ida y vuelta, ida y vuelta infinitas veces- y el paseo por la feria hippie. Frente a la plaza, había un edificio cuadrado con unas ventanas altas que daban a la calle, luces de neon blanco en el interior y rumores. Desde pequeña me fascinaba el ruido que se sentía desde la vereda del casino, ese sonido de las fichas que se movían, ese ida y vuelta que decretaba nuevos ganadores y más perdedores.



No veía la hora de poder entrar, para tener en mis manos esas fichas de plástico duro y poder golpearlas entre sí para aumentar el bullicio.



No fue necesario esperar hasta los 18 años. A mis sweet fifteen y bien producida, ya tenía la apariencia de una mujer y a nadie se le ocurrió pedirme documentos. Así fue que con mis padres y mi novio de aquélla época, entré por primera vez a un casino y me fui derechito a la ruleta.



Era el juego más fácil de entender, elegís un número le apoyás la fichita si sale ganás... pensé. Y no, resulta que tenés números, colores, columnas, calles, docenas, líneas, semiplenos, plenos...



Pero yo seguí apostando al modo casero, apoyando la ficha en un número, así de “lleno”. Y tuve la suerte del principiante, de ganar una, otra y otra vez. Salí feliz, por haber entrado finalmente en ese edificio y por los bolsillos llenos... obviamente. El dinero para jugar me lo habían dado mis padres y a ellos fue el botín, que sirvió para hacerle arreglos a la casa de verano.



Después de ese debut, fui pocas veces al casino, pero casi siempre salí ganadora o a lo sumo empatada.



La ruleta sigue apasionándome. Ver el paño verde y elegir el número que “me llama”, el “no va más” del Croupier y la “magia” del movimiento de la rueda y la bolita que recorre la circunferencia hasta detenerse en una casilla. La fuerza centrípeta, atrae mi atención y me devuelve a la realidad en un instante de aparente quietud cuando se detiene en un punto al azar.



Este año, es el último que puedo jugar mi edad a la ruleta.



El 36 me gusta, me inspira. Confío en que éste será un gran año, me lo auguro y pongo todas mis fichas en un PLENO al 36!