Yo me quiero casar (18)

Todos se desvivían por servirme y hacerme sentir cómoda, pero tantas atenciones me ponían más nerviosa. Algunos me hablaban fuerte, como a los sordos, gesticulando mucho la boca (para que entendiera lo que decían!) hasta que Mr Love venía en mi auxilio y les decía: miren que es argentina, no es tonta! Y todo terminaba como un chiste, con grandes risadas.

Algunos se preocupaban por la economía argentina y las razones que nos hicieron emigrar, otros se preguntaban qué tiempo hacía y porqué las estaciones eran cambiadas (no les entraba en la cabeza hemisferio norte y sur). El nexo común a todos era que me estudiaban de pies a cabeza y les resultaba gracioso sentirme hablar.

Después del momento crítico del almuerzo, que hicieron de comer la sopa de gallo viejo y la insistencia exagerada de mi suegra ofreciéndome comida y yo pateando por debajo de la mesa a Mr Love para que hiciera callar a su madre, nos quedamos sentados a la gran mesa larga jugando a las cartas. (Todos excepto el tío Luigi, que después de unos cuantos vinos se quedó dormido en la silla).

Dieron tregua de una horita y como ya eran casi las seis, se volvió a pensar en comida. Esta vez se venían las pizzas en el horno a leña y todas las mujeres (yo incluída) nos pusimos a cocinar. Rosina era la que organizaba y la que había preparado la masa. Después pasaba por las distintas manos... como el cuento de los dedos y el huevito (el que lo compró, el que lo cocinó, el que lo peló, el que le puso sal... y el gordo que se lo comió!) con la diferencia que acá éramos una manga de gordos comilones y no uno solo (aunque Nino nos ganaba a todos en ancho y largo). Después que Rosina estiraba la masa en la paleta de madera, una le ponía la salsa, otra la cargaba con abundante mozzarella y los distintos gustos se iban formando según las demandas de los comensales, al final un poco de aceite de oliva, orégano y al horno. Yo me ocupé de preparar los condimentos y de cortar el jamón, las aceitunas, la mozzarella y cuanto adobo se necesitaba... era demasiada responsabilidad ponerme "con las manos en la masa" de recién llegada.

No sé si conté que los gustos de las pizzas italianas son raros para lo que estamos acostumbrados los argentinos, son de lo más variados y las combinaciones que suelen hacer parecen disparatadas, pero son buenísimas. Así se forma la "parmigiana" (con mozzarella, berenjenas y grana-queso de rallar-) o la "capricciosa" (con mozzarella, jamón, salchicha de viena, alcauciles, champignones y aceitunas), para los amantes del picante está la "turca" (con salchicha picante y ají -de la mala palabra- o peperoncino) o los que quieren una clásica de mozzarella tendrán que pedir una "Margherita". Está también la "patapizza", que es pizza de mozzarella con papas fritas o la "saccense" que es típica de mi ciudad, sin mozzarella, con salsa de tomate, cebolla y anchoas.

En una hora la cadena de producción de pizzas se había terminado, dejando la mesa llena de "tabische" (que son pizzas alargadas, tamaño familiar) recién horneadas y listas para comer.
Hicieron tantas que hasta me dieron un par para que me las llevara a mi casa!

Después de ese día quedé oficialmente reconocida y públicamente incorporada al clan.

Mientras mi relación con Mr Love y su familia iba creciendo, por otro lado, un viejo conocido no se daba por vencido y volvía a la carga con mails y chats de messenger cargadas de palabras de amor. S. no se resignaba y seguía declarándome su amor, aunque yo no le correspondiera de la misma manera.

Un día, Mr Love se me apareció de sorpresa en el ciberpoint. No me daban las manos para cambiar de pantalla, pero mis esfuerzos fueron en vano, porque la vista fue más rápida y leyó en el monitor un TE AMO, que obviamente era inequivocable y compresible, visto que en italiano cambia sólo una vocal (TI AMO). También vió el remitente y me preguntó:

¿Quién es ese S que dice que te ama?