Dia de playa

Ayer fuimos los tres a la playa. Un día de sol espectacular, brisa suave, mar planchado (como siempre) y agua tibia. Por un instante, tuve la sensación que estuviéramos de vacaciones.

Otros fueron los tiempos en que solamente me llevaba la toalla y un libro... Ahora para ir un par de horas a la playa, tuve que preparar dos bolsos, uno para dejar en el auto (con los pañales y la ropita del cambio) y el otro playero. No olvidé el protector solar del pequeño de la familia, gorrito, dos remeras, poncho de toalla, vaso térmico con agua, galletitas, pelota, balde, palita y rastrillo. Dos toallones, la sombrilla y las ganas de disfrutar del mar. Y mi marido se lamentó porque no llevé agua para él... bueno, algo me tenía que olvidar, parezco perfecta pero no lo soy!



Ni bien estacionamos, Mati se transformó. Empezó a saltar y a pronunciar palabras en “matiese”, indescifrables para el lenguaje humano, pero yo que estoy estudiando para el traductorado, denoté que sin lugar a dudas expresaban alegría extrema.

Caminó solito y de paso apurado los metros que nos separaban del agua. Y se despojó en fracciones de segundos de sus zapatitos para meterse de un tirón en el agua. Era un pescadito feliz, con los dedos de manos y pies arrugados, la lengua afuera porque el agua estaba salada (y no le gustaba) y muchos nenes a su alrededor. No estuvo seco ni un momento. Cuando lográbamos convencerlo que saliera un rato, no terminaba de caminar hasta la sombrilla que se volvía corriendo a la orillita de vuelta. Y así pasamos la tarde.



Lo lavé tres o cuatro veces para irnos y se volvía a hacer “milanesa”. Hasta que al final lo lavé, lo sequé y me lo puse a upa sin dejar que tocara el suelo. Y empecé a sentir un líquido calentito que me corría por la panza... me hizo pis encima! Definitivamente era su forma de protesta porque no se quería ir. A penas nos subimos al auto, empezó a cabecear... y yo le hacía cosquillas y le cantaba para que no se durmiera. Cuando llegamos a casa, derechito a la bañera y el pescadito se despertó de nuevo, porque podía seguir chapoteando en el agua un rato más.



Estuve pensando que vivir en una ciudad balnearia, tiene sus ventajas y desventajas. Y me salieron estas reflexiones...

Podés ir al mar cuando querés, porque lo tenés a dos pasos. Lo tenés a dos pasos pero tenés que trabajar, entonces no podés ir cuando querés.

No pensás en planificar las vacaciones para poder ir al mar, lo tenés en casa. Y por ese motivo nunca te vas a ningún otro lado... siempre el mismo mar.

Aunque vayas solo, siempre encontrás a alguien conocido. No podés estar solo aunque quieras, siempre encontrás a alguien conocido.

Siempre hay alguna que físicamente está peor que vos. Lástima que siempre hay muchas que están mejores que vos.

Todos están bronceadísimos excepto vos, que lucís un blanco ballena o un verde monitor. Y aunque estés horas echada al sol y te acomodes los breteles para que no se vean, siempre te broncearás con las marcas y en el momento menos pensado. (Por ejemplo, con el pantalón arremangado y la musculosa mientras baldeas la terraza!)

Así estoy hoy, con menos blanco ballena/verde monitor, pero más quemada por ponerme a limpiar esta mañana que por tirarme al sol ayer a la tarde.