Cada maestrito con su librito

Desde siempre me gustó enseñar. Cuando era chiquita jugaba a la maestrita con mi vecina y obviamente, yo enseñaba. En la adolescencia y como tenía veranos larguísimos porque nunca me llevé materias, preparaba al burrito de mi primo porque se llevaba hasta los recreos.

Cuando terminé el colegio, y teniendo el gran problema que me gustaban materias diametralmente opuestas (matemática y literatura) tuve el gran dilema de la carrera a seguir. La elección fácil hubiera recaído en algún profesorado, pero mis ambiciones eran otras porque no quería terminar luchando con los paros docentes por la miseria salarial.

Entonces, escuchando mi parte numérica del cerebro y a pesar de haber hecho un colegio con orientación contable decidí inscribirme en una universidad estatal en la carrera de ingeniería industrial, porque el programa de estudios tenía 5 matemáticas! Y así fue que rodeada de casi todos compañeros varones (que era rarísimo después de haber hecho colegio de monjas exclusivamente femenino) y de proveniencia de escuelas técnicas (cosa que facilitaba las cosas para ellos) pude superar todas las materias de los primeros tres años. Cuando empecé el cuarto, sin ninguna matemática por cursar y tantas materias específicas de la carrera... me vino la crisis vocacional y el sólo hecho de imaginarme con el casco en medio de los tubos gigantes de una fábrica, me daba escalofríos. Entre llantos (porque lo veía como una frustración) decidí cambiar horizontes, entonces le dí rienda suelta a mi parte creativa-poética y me fui a estudiar comunicación social para terminar con publicidad en una universidad privada. Mientras tanto, mis estudios los pagaba dando clases particulares y haciendo alguna que otra suplencia en una escuela secundaria.

Ahora en Italia, el título argentino, lo tengo divino colgado en un cuadrito en mi escritorio... pero para hacerlo valer dependo de la decisión de una universidad italiana que comparando los programas tendría que decir si se le canta convalidarlo o no. A simple vista y sin entrar en detalles, saltan nombres como “Derecho europeo, Literatura Italiana y algunas más” que obviamente en mi programa argentino no tengo, así que mal me veo. Después de haber trabajado en agencias de publicidad por muchos años, hoy me encuentro nuevamente enseñando. Esta vez, estoy dando clases de castellano (básico) a un grupo de desocupados italianos.

Y sin arrepentirme de las decisiones formativas de mi vida, hay una pregunta que me viene siempre en mente: ¿me equivoqué de carrera otra vez?