Día equivocado

Cuando tengas la casa hecha un espejito, todo ordenado y hasta perfumado. Vos estés vestida como para salir, con la cabellera arreglada y tu niño esté bañado y cambiado que parezca un muñequito, quedate tranquila que ese día no va a venir nadie y te vas a ir a dormir cambiadita y sin visitas.

Pero cuando decidas pasar el día entero en pijamas (con ese pijama de pile que es horrible - que te hace tan gorda que parecés una osa polar embarazada- pero nada te importa porque es tan calentito), tus pelos parezcan un nido de caranchos en plena mudanza, tengas el Aconcagua de ropa acumulada para planchar y decidas reducirla a meseta en ese momento, en el lavadero te espere la cordillera entera de montañas de ropa separadas por color para hacer infinitas tandas en el lavarropas. Tu hijo esté todo enchastrado, porque no quiso comer nada de lo que le ofreciste y decidió hacerse un batik de papillas en el buzo y otras chorreadas en el pantalón. Tu casa sea impresentable porque tenés todavía todas las cajas del arbolito de navidad, adornos y pesebre apiladas en el living esperando que tu marido te las guarde en el estante de arriba del cuartito. Tu cocina sea intransitable porque tenés el andador, el triciclo, la silla de comer, el box y la frazada tirada por el piso con todos los jueguitos que logran entretener al infante por al menos cinco minutos.

Ese día, recibirás a tu suegro, a tu suegra, al cartero –con cosas para firmar-, a tu hermana y a tu papá (que por suerte no dirán nada, pero se irán pensando que sos la reina del desorden) y hasta al peluquero amigo que vendrá a pedirte un favor con una traducción. Y que conste que sonaron dos veces a la puerta y no abrí! Más que Ley de Murphy, era el día equivocado para quedarse en casa.