Cuando el amor es más fuerte

Tengo un serio problema: no sé demostrar mi afecto a las personas que quiero. Me siento torpe para abrazar, para besar. Me parece que se da por sabido que los quiero, ellos lo saben, yo lo sé y ya está. Y por eso me encontré ayer, en el 35° aniversario de casados de mis viejos diciéndoles “felicidades” a secas pero sin decirles cuánto los quiero y lo orgullosa que soy de ser su hija.

Porque son dos seres incansables, dos laburadores que no bajan jamás los brazos a pesar de las mil trabas que puso el destino, porque nos educaron dando lo mejor de ellos, porque la vida no les dió todo lo que realmente merecían, porque se siguen mimando y dejando cartitas de amor aún hoy...

Mi viejo es un soñador, un romanticón que roba florcitas por el camino para traérselas a mi mamá, que le firma ET OREIUQ OHCUM en las servilletas de papel y que le compra un marroc para dejárselo en la mesita de luz.

Mi mamá es una práctica, al pan pan y al vino vino, ella lo baja a tierra cuando mi viejo vuela demasiado. Pero también es una pasional, una sentimental. Una mamá gallina que cubre a todos sus pollitos (propios y adoptados) bajo su ala protectora.

Al principio pensaba que nunca me iba a casar, que jamás iba a encontrar a un hombre que me quisiera como mi papá ama a mi mamá. Pero tuve que venir a Italia para descubrir a Mr. Love y creer que el amor recíproco existe y que no se termina después del enamoramiento.

Por el ejemplo, la pasión, la constancia, la paciencia, la esperanza, la admiración pero sobre todo el gran amor, este post es para ellos dos: mis papás.